domingo

ES LA ANSIEDAD LA QUE NOS DICE QUE NOS RINDAMOS


 Cuando Jesús nos exhorta a no preocuparnos, no pretende negar la realidad de los problemas cotidianos. Nos invita a abandonar la ansiedad, no la realidad. Aprender a no preocuparse es difícil… [Sin embargo,] a pesar de su déficit de atención, incluso la mente moderna tiene la capacidad natural de aquietarse y trascender sus fijaciones. En lo profundo, descubre su claridad, donde encuentra la paz, libre de ansiedad. Cada uno de nosotros tiene alrededor de media docena de ansiedades favoritas, como caramelos amargos que saboreamos constantemente. Nos asustaríamos si no las tuviéramos. Jesús nos reta a vencer el miedo a perder la ansiedad, el miedo que tenemos a la paz misma. La práctica de la meditación es una forma de poner en práctica sus enseñanzas sobre la oración; demuestra, a través de la experiencia, que la mente humana sí puede elegir no preocuparse. Elegir recitar el mantra con fidelidad y volver a él cada vez que surjan distracciones.


Ejercita la libertad que tenemos de prestar atención. No se trata de una elección como la de escoger una marca u otra en el supermercado. Es una decisión de compromiso. El camino del mantra es un acto de fe, no una demostración de poder del ego. En cada acto de fe, hay una declaración de amor. La fe prepara el terreno para que la semilla del mantra germine en el amor. No creamos el milagro de la vida y el crecimiento, pero somos responsables de su desarrollo gradual. Alcanzar la paz mental y espiritual —el silencio, la quietud y la sencillez— no requiere la fuerza de voluntad de una persona ambiciosa, sino la atención incondicional y la fidelidad constante de un discípulo. 


Fragmento de Laurence Freeman OSB, “Meditación”, JESÚS EL MAESTRO INTERIOR (Nueva York: Continuum, 2000), págs. 212-213. [Laurence Freeman, “Jesús el Maestro Interior”, EDB]

FOTO: Seminario JM 2025

EL CAMINO OBLATO


 Adjuntamos una breve publicación que sintetiza qué es y qué significa la rama del Oblatado dentro de la WCCM.

Ha sido escrita por el P. Laurence, la hemos traducido y nos alegra compartirla para difundir este carisma de la Comunidad.

Paz y bendiciones

Oblatado Latinoamericano de la WCCM

http://www.meditacioncristiana.net/sites/default/files/El%20Camino%20Oblato%20WCCM%20-%20Marzo%202021.pdf

LA ATENCION


 Un extracto de Laurence Freeman OSB, “Queridos amigos”, Boletín Internacional WCCM, diciembre de 2000.


La atención es la esencia de la contemplación. Todos somos conscientes, o deberíamos serlo

, de lo débil e infiel que puede ser nuestra capacidad de atención. Por eso necesitamos una

práctica diaria de meditación, incorporada en las rutinas de nuestra

vida privada. No es pensando en ello ni siquiera deseándolo que crecemos en

atención, sino a través de la práctica. [...] La atención purifica nuestros corazones y transforma

el mundo. Podemos comprobarlo porque nuestras propias aflicciones personales se ven

benditamente aliviadas si alguien nos presta genuinamente su atención cuando

más la necesitamos. La compasión es el primer fruto de la atención. Es la vida

que fluye de la muerte del egoísmo. [...]


Escuchar el mantra con atención reduce gradualmente la

frecuencia y el volumen de nuestros pensamientos e impulsos disruptivos. Reagudiza

lo que el ego embota. Llegamos a recitar el mantra, a entonarlo y a escucharlo

con una atención más fina, más sutil y más sincera. Nos alinea

con esa frecuencia del Espíritu Santo que recorre cada instante del

tiempo y cada célula de la vida. En su silencio y quietud reside nuestra fuerza.

viernes

PAZ INTERIOR

 


“Queridos amigos”. Extracto de “Noticias Internacionales”. Escrito de Laurence Freeman OSB (Invierno 2001).


Es difícil encontrar la paz interior en tiempos de conflicto y miedo. Nos resulta complicado estar sentados en quietud cuando nuestra mente y nuestras emociones se encuentran agitadas. Es muy fácil entonces renunciar a la meditación, pero es precisamente en esos momentos cuando más necesaria se hace. Podría ayudarnos ver la meditación no solo como algo para nuestro beneficio. Si así fuera, no seríamos más que consumidores de religión. El significado de la contemplación se encuentra en sus frutos, especialmente en los del amor y el servicio a los demás. Cuando tenemos paz interior nos dirigimos a los otros con compasión. Toda falta de apertura hacia el otro se convierte en objeto de deseo, en ira y en competitividad de nuestro ego. Dios es el amor que expulsa el miedo hacia nuestro prójimo porque, cuando verdaderamente hemos descubierto ese amor en nuestro interior, ya no podemos hacer daño.


La paz no se alcanza erradicando y destruyendo el mal. Cuando nos hacemos conscientes de nuestros vicios —ira, orgullo, avaricia, lujuria— el intento por eliminarlos rápidamente degenera en odio hacia uno mismo. En lugar de esforzarnos por destruir nuestras faltas y defectos debemos trabajar pacientemente en desarrollar las virtudes —un trabajo mucho más lento y menos radical pero mucho más efectivo—.


El primer paso en el desarrollo de la virtud que eventualmente dominará sobre el vicio es germinar la principal virtud de la oración profunda. A través del ritmo silencioso de la oración, la sabiduría penetra lentamente en nuestra mente y en nuestro mundo. Es el poder universal que extrae el bien en lugar del mal. Como dice el Libro de la Sabiduría, “la esperanza para la salvación del mundo yace en un mayor número de personas sabias”. El sabio conoce la diferencia entre el conocerse a uno mismo y el estar obcecado con uno mismo; entre el desapego y la dureza de corazón; entre la corrección y la crueldad. No existen reglas para la sabiduría. Las reglas nunca son universales. Pero la virtud sí.


Carla Cooper

domingo

UN AGUJERO EN LA PARED

 Un extracto de Laurence Freeman OSB, “El laberinto”, JESÚS EL MAESTRO INTERIOR (Nueva York: Continuum, 2000), págs. 231-32.


Para abrazar la eternidad de la plenitud del ser (el «YO SOY» de Dios), primero debemos afrontar la cruda realidad de la impermanencia y el vacío. La tentación siempre es disminuir la intensidad, sumergirnos en un grado menor de consciencia, incluso dormirnos. Buda advirtió contra el peligro de nublar la mente, en esta o en cualquier otra etapa del camino, con sustancias tóxicas o sedantes, estimulantes o depresores. Jesús exhortó a todos a permanecer plenamente conscientes.


Estad alerta, velad. No sabéis cuándo llegará el momento… Manteneos despiertos, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa. Tarde o medianoche, al canto del gallo o al amanecer; si viene de repente, no debe encontraros dormidos. Y lo que os digo a vosotros, se lo digo a todos: ¡Estad despiertos! (Mc 13:33-37)


En la carta a los Efesios, Pablo afirma que este estado de vigilia conduce a las «facultades espirituales de la sabiduría y la visión» y, posteriormente, a la gnosis, el conocimiento espiritual. Sin embargo, incluso con la fe más firme, la dolorosa sensación de separación no se disipa de inmediato, ni siquiera cuando la sabiduría comienza a manifestarse. El muro del ego puede parecer un obstáculo insuperable, un callejón sin salida que no nos deja escapatoria. Pero, como nos recuerda la Resurrección, lo que parece ser el final no lo es. Al confrontar nuestro arraigado egoísmo y reconocer su lenta agonía, la meditación nos ayuda a verificar nuestra propia resurrección en nuestra propia experiencia.


La ley de la naturaleza inferior, del karma, y ​​el dominio del ego limitante imperan hasta que aparece una grieta en la pared. Primero se retira un ladrillo, como por una mano invisible, y vislumbramos una perspectiva que trasciende todo lo que habíamos imaginado o creído conocer. Es una experiencia, y sin embargo, se conoce de una forma completamente distinta a todo lo que hemos experimentado antes. Ya no somos el individuo que creíamos ser. La vida ha cambiado irreversiblemente. Vivimos y, sin embargo, como San Pablo, ya no vivimos.


Soy porque no soy.

sábado

ENCONTRAR EL MOMENTO Y LUGAR PARA MEDITAR


 Encontrar el lugar y el momento para meditar es, para muchos, el primer gran desafío. Vivimos rodeados de ruido, ocupaciones y distracciones que parecen no darnos tregua. Aun así, la experiencia demuestra que siempre es posible abrir un espacio, por pequeño que sea, si realmente lo valoramos. La meditación no requiere de templos lejanos ni de condiciones extraordinarias; basta con un rincón sencillo y un tiempo elegido con fidelidad.

El lugar puede ser cualquier espacio que inspire calma. Una habitación tranquila, un rincón de la casa donde apenas haya interrupciones, incluso un banco en un parque a primera hora de la mañana. Lo importante no es la perfección del entorno, sino que se convierta en un punto de referencia, un lugar donde el cuerpo y la mente aprendan a recogerse. Con el tiempo, ese rincón adquiere una fuerza propia: cada vez que nos sentamos allí, el silencio parece llegar más rápido, como si el espacio mismo nos recordara que hemos venido a detenernos.

El momento, por su parte, también necesita ser elegido con cuidado. Hay quienes descubren que lo mejor es comenzar el día con unos minutos de quietud, antes de que las prisas marquen el ritmo. Otros prefieren la noche, cuando las luces se apagan y el corazón puede hacer balance en calma. John Main recomienda dos veces al día mañana y noche antes de desayunar y antes de cenar .

Para favorecer la constancia, conviene programar la práctica como quien anota una cita importante. La meditación se convierte en ese encuentro al que acudimos con fidelidad, incluso en los días en que cuesta más. Y poco a poco descubrimos que no es el tiempo el que se adapta a nosotros, sino que somos nosotros los que aprendemos a adaptar el corazón al tiempo que tenemos.

La tradición cristiana recuerda que no hace falta mucho para entrar en oración: basta con cerrar la puerta de la habitación y recogerse en lo secreto, allí donde el Padre ve lo escondido. Ese consejo conserva toda su vigencia: no importa tanto dónde ni cuánto, sino el gesto sincero de detenerse y abrir un espacio a la presencia. La meditación, vivida en este espíritu, convierte cada rincón en un lugar sagrado y cada momento en oportunidad de encuentro.

Al final, buscar el lugar y el momento para meditar no es un esfuerzo añadido, sino un regalo. Es decidir que, en medio de la vida acelerada, podemos ofrecernos una isla de silencio. Y en ese silencio descubrimos que Dios habita en lo ordinario, que la calma es posible y que la paz comienza siempre en lo pequeño.

Mireia Poch

Meditación + Fe

Wccm Barcelona

RETIRO 2026 PARA LATINOAMERICA


 

miércoles

JOHN MAIN - ESCRITOS Y ENSEÑANZAS


Piensa por un momento en tu propia experiencia de meditación. Sabes que comienzas, parece que progresas y luego fallas. Para la mayoría de nosotros, nuestra experiencia en la meditación se puede resumir en comenzar y detenerse, en llegar a algún lugar y descubrir que no estamos en ningún lugar, en la euforia y el desaliento. Lo que tienes que aprender de esta experiencia es que simplemente debes repetir tu mantra.


Es perfectamente natural que te preguntes: «¿Qué bien me está haciendo la meditación? ¿Qué progreso estoy logrando?» pero también es perfectamente inútil. De hecho, es peor que perfectamente inútil, es positivamente contraproducente. Creo que todos nosotros hemos intentado, todos hemos querido orar y todos hemos fallado. Pero en algún momento llegamos a la conclusión de que la sabiduría que recibimos de la tradición contemplativa de la oración es la sabiduría que convierte el fracaso en triunfo. El silencio y la pobreza que experimentamos en nuestra meditación se reafirman su valor.


Sabemos que no podemos analizar a Dios. Sabemos que no podemos, con mentes finitas, entender la infinitud de Dios. Pero también sabemos, o al menos pronto comenzamos a sospechar vagamente, que podemos experimentar el amor de Dios por nosotros. Este saber nos pone en un camino que de alguna manera nos parece auténtico y es este conocimiento el que nos mantiene en marcha. Es este conocimiento experiencial el que también nos enseña que las imágenes fabricadas por el ego deben dar paso. Ninguna de ellas puede tomarse en serio. Cada nueva estrategia del ego debe ser ridiculizada y descartada.


Fuente: Word Made Flesh. Silence and Stillness in Every Season, página 78

miércoles

POR QUE ES IMPORTANTE MEDITAR EN UN GRUPO ?


 John Main decía que “la mejor manera de enseñar a orar a otros es orar con ellos”. Cuando compartimos la oración con los demás, despertamos a un conocimiento más profundo de nuestro ser y, así, aprendemos a trascender más allá de nosotros mismos.

Por ello, meditar de forma regular, diaria o semanalmente con la misma comunidad, supone un valioso recurso de apoyo para nuestro peregrinaje”.


Algunas personas se preguntan si es mejor meditar solo o en grupo. Esto es realmente las dos caras de la misma moneda: la meditación es una práctica solitaria, ya que, yo no puedo meditar por ti, ni tú puedes hacerlo por mí. Pero solemos preferir meditar con otras personas. La meditación en grupo nos lleva a profundizar en el significado de la meditación, al conectar nuestra experiencia personal con la comunidad y en la que ambas partes dan y reciben el mutuo aliento. En la teología cristiana de la meditación, la experiencia de “comunión”, compartiendo el Cuerpo de Cristo, es fundamental.


“Donde se reúnan dos o tres en mi nombre, allí estaré yo, en medio de ellos.” (Mateo, 18-20)

domingo

LA NECESIDAD DE UNA NUEVA FORMA

 Un extracto de Laurence Freeman OSB, “Queridos amigos”, The WCCM International Newsletter, invierno de 1996.


Hoy necesitamos una nueva forma de diálogo religioso, de tolerancia, de reverencia mutua y de aprender unos de otros que quienes nos precedieron jamás podrían haber imaginado. Sin embargo, la rectitud de este camino para nosotros queda demostrada por su compatibilidad con la personalidad y el ejemplo de Jesús. Él no rechazó a nadie, toleró a todos y vio el misterio de Dios en todas las personas y en la naturaleza. Comía con quienes debería haber despreciado; hablaba con quienes debería haber evitado. Era tan abierto a los demás como a Dios.

En Jesús, el tiempo y la eternidad se cruzan... y esta intersección ocurre en la pobreza humana de espíritu... La pobreza no es solo la ausencia de cosas por la conciencia de nuestra necesidad de los demás, de Dios. La necesidad humana es universal. Los más ricos y poderosos, como los más pobres y marginados, están todos igualmente necesitados. La necesidad es simplemente el fuerte sentimiento que surge en respuesta a nuestra interdependencia.

En la meditación, nos sumergimos en un nivel de realidad más profundo que el de nuestras mentes superficiales, dominadas por el ego, donde a menudo nos vemos atrapados en la red de la ilusión de nuestra independencia y aislamiento. No estamos separados unos de otros ni de Dios. La sabiduría es reconocer ese hecho, y la compasión es practicarlo.

lunes

LA CRISIS CRISTIANA

 


Extracto del libro de John Main OSB “El Cristo Presente” (Nueva York: Crossroad, 1991) págs. 74-76.


Para ser verdaderamente espirituales debemos abandonar nuestro yo religioso oficial, es decir, debemos renunciar al fariseo que acecha dentro de nosotros porque —como nos dijo Jesús— tenemos que dejar atrás todo nuestro yo. Todas las imágenes de nosotros mismos que provienen del cerebro enfermizo del ego tienen que ser abandonadas y trascendidas si queremos ser uno con nosotros mismos, con Dios, con nuestros hermanos, para así volvernos verdaderamente humanos, verdaderamente reales, verdaderamente humildes. Igualmente, las imágenes que tenemos de Dios deben desaparecer. No debemos ser adoradores de ídolos. Curiosamente descubrimos que las imágenes que teníamos de Dios desaparecen a medida que desaparecen las imágenes de nosotros mismos, lo que sugiere algo que ya sabíamos: que nuestras imágenes de Dios eran realmente imágenes de nosotros mismos.

En este maravilloso proceso de llegar a la plena luz de la Realidad, de alejarse de la ilusión, surge un gran silencio del centro. Nos sentimos envueltos en el eterno silencio de Dios. Ya no estamos hablando con Dios o, peor aún, hablando con nosotros mismos. Estamos aprendiendo a estar, a estar con Dios, a estar en Dios.

En el viaje espiritual necesitamos más energía para permanecer en quietud que para salir corriendo. La mayoría de las personas pasan gran parte de su tiempo moviéndose de una actividad a otra y tienen miedo a la quietud y al silencio. Un cierto pánico existencial puede apoderarse de nosotros cuando nos enfrentamos por primera vez a la quietud. Pero si encontramos el valor para adentrarnos en el silencio podremos entrar en la paz que está más allá de todo entendimiento.

Sin duda, es más fácil aprender esto en una sociedad equilibrada y estable. En un mundo turbulento y confuso estamos recibiendo continuamente voces y ruidos que nos distraen. Pero debemos recordar que el poder de la peregrinación es inagotable y que está siempre accesible para todos nosotros.

Carla Cooper

sábado

DISCERNIMIENTO


 Como ya he mencionado en una lectura anterior, Juan Casiano, en su obra “Conferencias”, alternaba capítulos sobre la oración y sobre el discernimiento. El discernimiento es un elemento muy importante en la vida espiritual. Procuramos abandonar nuestros deseos egocéntricos y, al hacerlo, esperamos poder escuchar la voz interior divinamente inspirada de la intuición. Pero la dificultad, por supuesto, es discernir si los pensamientos o incluso las visiones realmente provienen del Espíritu o de los engaños del «ego».

En el discernimiento es preferible que recibamos la ayuda de un maestro espiritual, un compañero espiritual o un amigo. Los ermitaños del desierto eran afortunados porque tenían a su Abba o Amma a quienes podían consultar. Casiano aprendió en el desierto sobre el don del discernimiento y basa su énfasis en las palabras de San Antonio quien dijo: «El discernimiento es lo que en las Escrituras se describe como el ojo y la lámpara del cuerpo. Esto es lo que dice el Salvador: “Tu ojo es la luz de tu cuerpo, y si tu ojo está sano, entonces hay luz en todo tu cuerpo. Pero si tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo estará en tinieblas” (Mt. 6, 22-23). Este ojo ve a través de todos los pensamientos y acciones de un hombre, examinando e iluminando todo lo que debemos hacer».

Casiano nos enseña las preguntas que debemos hacernos en el proceso del discernimiento. En primer lugar, debemos plantearnos si el asunto es importante o trivial; si hay una «apariencia engañosa de piedad»; si la interpretación de las Escrituras es herética o si los «demonios» de la «vanidad» y el «amor propio» están en acción. En su opinión, el discernimiento es básicamente de sentido común, que viene guiado por una actitud de moderación que va surgiendo de la experiencia de toda una vida de oración profunda. Casiano narra la siguiente historia para ilustrar este punto:

“Y luego estaban los dos hermanos que vivían al otro lado del desierto en Tebas, donde había vivido el bendito Antonio. Al viajar a través de esa inmensa región deshabitada, un lapso de discernimiento los llevó a decidir que la única comida que tomarían sería la que el Señor mismo les ofreciera. Iban tambaleándose por el desierto, debilitados por el hambre, cuando los mazices los divisaron desde la distancia. Los mazices eran una tribu muy violenta y cruel que atacaban por pura ferocidad. Sin embargo, a pesar de su agresividad innata, cuando vieron a los dos hombres se acercaron para darles un trozo de pan.  

Uno de los hermanos, guiado por el discernimiento, aceptó con alegría y bendición el alimento que le ofrecían como si fuera el mismo Señor quien se lo estuviera dando. En su opinión, Dios mismo había facilitado que les llegara algo de comida. Tenía que ser obra de Dios que aquellos salvajes que solían disfrutar con el derramamiento de sangre ahora estuvieran dando de lo que tenían a unos hombres débiles y desnutridos. El otro hermano, sin embargo, rechazó la comida pues provenía del hombre y no de Dios. Y, por tanto, murió de hambre.

Ambos habían comenzado con la decisión equivocada. Sin embargo, uno, con la ayuda del discernimiento, cambió de opinión sobre algo que habían decidido de forma precipitada e imprudente. Por el contrario, el otro se mantuvo fiel a su estúpida presunción. Sin saber nada acerca del discernimiento se abocó a la muerte que el Señor había querido evitar. No fue capaz de discernir y ver la acción de Dios en el hecho de que esos bárbaros olvidaran su salvajismo innato y fueran hacia ellos con un pan en lugar de con una espada».

La virtud necesaria para evitar estos riesgos es la obediencia, que es básicamente una actitud de humildad: “La primera evidencia de esta humildad es cuando todo lo que se hace o se piensa se somete al escrutinio de nuestros mayores”. Pero incluso al elegir tu Abba es necesario ejercitar el discernimiento: “No debemos seguir las huellas o las tradiciones o los consejos de todos los ancianos solo por sus canas y su edad. Más bien, debemos seguir a aquellos que, sabemos, vivieron su juventud de una manera loable y admirable y que fueron entrenados no por sus propias presunciones, sino por las tradiciones de sus mayores».

Aunque inicialmente Casiano influyó fuertemente en el movimiento monástico occidental, la confrontación de sus ideas con las de San Agustín implicó que sus enseñanzas sobre la oración no perduraran en el tiempo. Su breve frase recomendada para repetir en la oración privada se convirtió en parte de la liturgia establecida. Su énfasis en el esfuerzo y la responsabilidad personal y el discernimiento que esto implicaba se convirtió en “obediencia” a las directivas de la Iglesia.


Kim Nataraja

(Adaptado del capítulo sobre Juan Casiano del libro “Viaje al corazón” de Kim Nataraja)

lunes

EL PODER DE LA ATENCION


  Extracto del escrito de Laurence Freeman OSB en “El Yo Desinteresado” (Londres: DLT, 1989) págs. 31-35.

Hoy más que nunca, en nuestra sociedad ególatra y narcisista corremos el riesgo de confundir la introversión, la autofijación, el autoanálisis, con la verdadera interioridad. Tener una verdadera interioridad es todo lo contrario a ser introvertido. En la conciencia de la presencia interior nuestra conciencia se transforma, de modo que ya no estamos, como lo hemos estado haciendo habitualmente, mirándonos a nosotros mismos, anticipando o recordando sentimientos, reacciones, deseos, ideas o ilusiones. En la verdadera interioridad nuestra conciencia se dirige lejos de nosotros.  Y esto lo vivimos como un problema.

Creemos que sería más fácil alejarnos de la introspección si supiéramos hacia dónde nos dirigimos, si tan solo tuviéramos un objeto fijo al que mirar, si tan solo Dios pudiera ser representado por una imagen. Pero el Dios verdadero nunca puede ser una imagen. Las imágenes de Dios son dioses. Al construir una imagen de Dios acabamos mirando una imagen renovada de nosotros mismos. Ser verdaderamente interior, abrir el ojo del corazón, significa vivir dentro de la visión sin imágenes que es la fe, y ésa es la visión que nos permite “ver a Dios”. En la fe, la atención ya no está controlada por los espíritus del materialismo, del egoísmo y de la autoconservación, sino por un Espíritu Nuevo que es, por naturaleza, desposeído. Se trata de un continuo soltar y renunciar incluso a las recompensas que nos trae la renuncia, que son muy grandes y que, por tanto, es aún más necesario que las soltemos.

No hay desafío más crucial que entrar en la experiencia de permanecer centrado en el otro. Es el estado extático y continuo del desapego. Podemos vislumbrarlo simplemente recordando aquellos momentos o fases de la vida en los que experimentamos el mayor grado de paz, plenitud y alegría y reconocer que eran tiempos, no en los que poseíamos algo, sino en los que nos abandonábamos en algo o en alguien. El pasaporte hacia el Reino requiere el sello de la humildad, de la pobreza.

Carla Cooper

sábado

JOHN MAIN OSB - ESCRITOS Y ENSEÑANZAS


 La meditación siempre ha sido vista como una forma de visión. A menudo ha sido descrita como el proceso mediante el cual abrimos los ojos del corazón y aprendemos a ver con amor. La mejor analogía para ello es la analogía de enamorarse. La persona amada sigue pareciendo la misma para todos los demás, pero cuando amamos a alguien profundamente y sin reservas, lo vemos bajo una nueva luz. Su más mínimo gesto puede transmitirnos lo que nadie más puede ver. Enamorarse es una experiencia tan importante y profunda para todos nosotros porque nos saca de nosotros mismos y nos lleva más allá, hacia la realidad del otro. La meditación profunda es del mismo orden.


Abandonamos nuestra visión aislada de la vida y aprendemos, en el silencio y la disciplina de nuestra meditación diaria, a viajar más allá de nuestras propias limitaciones hacia el océano ilimitado del amor de Dios. Al entrar en el silencio, al abrir los ojos del corazón a la luz de lo infinito, comenzamos a ver con una nueva visión y vemos con una nitidez y agudeza de visión que es sorprendente y con una profundidad que es embriagadora.


Fuente: Word Made Flesh. Silence and Stillness in Every Season, página 202

domingo

EL SILENCIO DEL ALMA

 


El silencio del alma”. Extracto del escrito de Laurence Freeman OSB en “The Tablet” (10 de mayo de 1997).


Nuestros pensamientos, miedos, fantasías, esperanzas, enfados y deseos están continuamente surgiendo y desapareciendo en nuestra mente. De forma automática nos identificamos con estos estos estados fugaces o compulsivamente recurrentes sin ser conscientes de lo que estamos pensando. Cuando el silencio nos enseña lo poco fiables que son estos estados, nos enfrentamos a las inquietantes preguntas sobre quiénes somos realmente. Luchamos con la terrible posibilidad de nuestra propia no realidad.

El pensamiento budista hace de esta experiencia, lo que llama “anatman” o «no yo», uno de los pilares de la sabiduría central en el camino de liberación del sufrimiento hacia la iluminación. El budismo anima al practicante a buscar este sentido de fugacidad interior y, en lugar de huir de él, sumergirse de lleno en la experiencia, como hicieron los grandes místicos cristianos. Es comprensible que “anatman” sea la idea budista con la que solemos tener más dificultad. Nos diremos a nosotros mismos: “qué absurdo, qué terrible, qué sacrilegio decir que yo no existo”. De hecho, la mayor parte de la oposición cristiana hacia “anatman” es infundada o se debe a una mala interpretación. No significa que no existamos, sino que no existimos con independencia autónoma, que es el tipo de existencia que al ego le gusta imaginar que posee.

No existo por mí mismo porque Dios es la base de mi ser. A la luz de esta intuición leemos las palabras de Jesús con una percepción más profunda. “Si alguien desea seguirme, deberá renunciar a sí mismo; día tras día deberá tomar su cruz y venir conmigo; pero el que pierda su vida por mí, la salvará”. Si a través del silencio podemos abrazar la verdad de “anatman”, descubriremos que la conciencia, el alma, es mucho más que el asombroso sistema de cálculo y juicio del cerebro. Somos más que nuestros pensamientos.

Carla Cooper

LIBERTAD MORAL Y GRACIA ESPIRITUAL


 Juan Casiano, siguiendo los pasos de Evagrio, enfatizó la importancia tanto de la libertad moral, la responsabilidad personal, como del trabajo de la gracia. Esto contrasta fuertemente con el pensamiento de San Agustín, quien consideraba que solo era necesaria la gracia para alcanzar la salvación. San Agustín estaba de acuerdo con Atanasio. Aceptó el punto de vista teológico de que había un abismo infranqueable entre Dios y la creación. Esto chocaba, por tanto, con la visión más positiva de la naturaleza humana sostenida por los monjes «origenistas» a los que pertenecía Casiano, quienes consideraban que la creación de Dios, incluida la humanidad, es esencialmente buena. Según Casiano, los seres humanos han sido hechos a «imagen» de Dios y, por lo tanto, tienen la libertad de decidir llevar una vida de práctica, purificación y oración que les permita recuperar, con la ayuda de la gracia, esa «semejanza» con Dios.

La teoría de Agustín del «pecado original» infería que la humanidad no tenía potencial para elegir si pecar o no pecar y que de hecho era incapaz de alcanzar personalmente la salvación. Así, los seres humanos dependían enteramente de la gracia de Dios, ayudados por un liderazgo firme de la Iglesia. Este énfasis en la pecaminosidad básica de la humanidad desde la caída de Adán y Eva causa un sentido permanente de indignidad y culpa y elimina cualquier sentido de responsabilidad personal en la salvación. Desde este punto de vista, por lo tanto, no tiene sentido purificar las emociones; todo lo que se necesita para lograr la salvación es una fe fuerte y confianza en Dios. La visión de San Agustín, como suele ser el caso, se basó en gran medida en sus propias experiencias y percepción de la realidad. Su incapacidad para controlar sus propios impulsos básicos, especialmente su sexualidad, le hizo llegar a la conclusión de que todos eran igualmente impotentes para controlar sus compulsiones.

Casiano fue de hecho el portavoz de muchos monjes que estaban molestos por la negación de Agustín de la validez moral de la «praxis» con la que estaban comprometidos. Destaca el papel de la elección basada en el libre albedrío humano y, al mismo tiempo, confirma la necesidad de la gracia. A sus ojos, el comportamiento de Adán y Eva no hace que toda la humanidad se vuelva esencialmente pecadora sino que, por el contrario, su papel se ve como una advertencia para no abusar de nuestro libre albedrío, nuestra capacidad de elegir. Casiano considera que el alma no está indefensa y puede dar el primer paso: el hijo pródigo y el ladrón en la cruz son citados por él como ejemplos.

En la XIII Conferencia dice: “Por consiguiente, siempre queda en el ser humano un libre albedrío que puede o bien descuidar o bien amar los dones de la gracia. La gracia de Dios siempre obra junto con nuestra voluntad en favor del bien, ayudándola en todo y protegiéndola y defendiéndola, de modo que a veces incluso exige y espera de ella ciertos esfuerzos de buena voluntad, no sea que parezca otorgar sus dones enteramente a quien está dormido o relajado en su pereza”.

Hemos visto cómo John Main estuvo de acuerdo con los primeros Padres de la Iglesia Clemente y Orígenes en que “el Espíritu Santo habita dentro de cada uno de nosotros de tal manera que todos somos, literalmente, templos de santidad. Sabemos entonces que compartimos la naturaleza de Dios” (John Main).

El punto de vista de Agustín, por tanto, estaba totalmente en desacuerdo con Casiano y John Main. La espiritualidad celta también difería de la opinión de Agustín. Como dice un experto en espiritualidad celta, J. Philip Newell: “La doctrina de Agustín enfatizó la depravación humana total junto con la creencia de que la creación es básicamente defectuosa. La gracia de Dios fue vista por encima y en contra de la naturaleza, no como la restauración de la humanidad y la creación a su bondad natural dada por Dios. Sin embargo, el cristianismo celta “continuó haciendo énfasis en la imagen de Dios en el corazón de los seres humanos y su convicción de la bondad esencial de la creación».

Dado el trasfondo familiar celta de John Main, su resonancia con las ideas de los primeros Padres de la Iglesia y Juan Casiano como representante de las enseñanzas del desierto, no es sorprendente que lamentara la prevalencia de la opinión de San Agustín, incluso en nuestro tiempo. El resultado de esto fue en su opinión que hombres y mujeres modernos “han perdido el apoyo de una fe común en su bondad esencial, en su integridad interior y en la conciencia del potencial del espíritu humano, en lugar de las limitaciones de la vida humana». Sentía firmemente que «la meditación es un proceso de liberación: debemos liberar estas verdades en nuestras vidas».

La experiencia proveniente de la oración contemplativa profunda nos haría experimentar la unidad de lo Divino, la creación y la humanidad: “La oración es la vida del Espíritu de Jesús dentro de nuestro corazón humano. Solo hay una oración, la corriente del amor entre el Espíritu de Jesús Resucitado y su Padre, en la que estamos incorporados todos”.

Kim Nataraja